Yo tenía una amiga desde hace treinta años. La verdad es que hablábamos poco y nos veíamos menos aún pero nos llevábamos bien en la distancia. Hasta que cometí el terrible error de darle la dirección de mi otro blog y empezamos a discutir por todo. Resultó que nuestras maneras de ver la vida eran absolutamente incompatibles y ella pretendía que yo cambiara de pensamiento para volver a ser amigas. Eso era absolutamente imposible. Mis ideas forman parte indisoluble de mí. Soy como soy porque pienso lo que pienso, y escribo en internet porque estoy absolutamente convencida. Si no, no lo haría. Y llevo diez años.
Nunca el blog me había pedido un sacrificio tan grande como tener que renunciar a una amistad, pero era inevitable. Yo no puedo fingir que la homosexualidad me parece normal o aconsejable. Ni que estoy de acuerdo con que dejen a los locos en manos de sus familiares para que los vigilen. Ni otros muchos temas, como el aborto o la eutanasia, que no llegamos a tratar pero hubiéramos chocado igual. Ha sido duro descubrir después de tres décadas que la que yo consideraba mi amiga era incapaz de respetar mi opinión. Pero la vida ya me ha dado golpes mucho peores y éste sólo es uno más, que ya voy superando. Aunque todavía tengo que recordarme no llamarla.
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